La selva urbana

En ciertos aspectos no hemos cambiado mucho, o nada, pues habiendo pasado de la selva a la urbe de hormigón y neones, hemos mantenido la misma ley, los mismos resortes, las mismas costumbres, cierto que bastante más sofisticadas y tecnológicas, pero en el fondo siendo todo lo mismo, por fuera y por dentro del ser humano.

La ley de la selva: ley del más fuerte, del macho alfa, de come primero y corre, de abandona al débil, de ruge más, de ser de mayor tamaño… Leyes de supervivencia que carecen de sentido en un mundo civilizado y en el que adquiere todo el sentido en un mundo psíquico que se proyecta al exterior. Ley de la selva entre muros de ladrillos y paredes pintadas que viene a decir que: defiende tu territorio, procrea, haz alianzas, se fuerte, sospecha de todo…

Tristemente no hemos evolucionado mucho, porque estos aspectos, relacionados en última instancia con el instinto de supervivencia, se hacen patentes, ya sea de un modo u otro. De un modo descarado o de un modo alterado por la conciencia, esos aspectos animales se muestran.

Basta ver que al final el que más grita, pelea, más músculo tiene y más mala leche es el que es considerado, temido, respetado, etc. Mientras que los tímidos, apocados, gente respetuosa y sin ánimos de llamar la atención son ninguneados.

La ley de la selva al ser tan sofisticada toma como virtud principal la astucia, la inteligencia aplicada, pero no están exentos de ese rugido animal e instinto de conservación. Una persona de las altas esferas, de corpulencia débil pero gran astucia, puede ejercer de rey de la selva, su débil cuerpo es suplantado por una cohorte de esbirros y su sagaz mente es el timón del barco, un barco lleno de fornidos marineros. El resto de seres humanos saben que deben temer a este tipo de personas, los llamados poderosos, así como a cualquiera que pueda llegar a ser una amenaza, ya sea por su fuerza o por su capacidad.

Yo siempre he sido una persona muy educada, que habla en voz baja, que escucha más que dice, muy pacífica, que piensa en los demás hasta en situaciones que para muchos parecería ridícula, pero comprobé una vez que si te haces el fuerte, te conviertes por un momento en un ser antipático, borde, gritón, amenazante, todo a tu alrededor trascurre con pasmosa fluidez. Una vez en urgencias para un familiar, llevando muchas horas esperando actúe de ese modo y surtió efecto. Antes había acudido varias veces a información para preguntar cuándo nos tocaba, incluso me atreví a quejarme un poco, en voz baja y con mucho respeto, de que estaban tardando demasiado, y siempre nos daban largas. Menos la última vez, que casi como experimento, me acerqué de nuevo y con la voz en grito, dando muestras de enfado, de ira, pedí lo mismo, me queje. Pues no tardaron ni cinco minutos en llamarnos. Son estas cosas que te deja anonadado, sin palabras. Parecido al banco que te cobra intereses indebidos, si te quejas te lo devuelven, si no te das cuenta o no dices nada no te devuelven nada. La agresividad tiene eso, que todo el mundo te escucha, te teme, y de un modo u otro no se atreven a meterse en líos con gente así. Este tipo de agresividad impera mucho en la ley de la selva urbana, donde gana el que más ruge. La gente con pasividad se aguantan, no quieren problemas, solo vivir sus vidas y a lo mucho se hacen obedientes y se alían con los agresivos, para sentirse protegidos.

No estoy haciendo apología de la ira, de la agresividad, estoy describiendo un hecho que me apena y en la que todos somos responsables, manteniendo el tópico de la selva vivo y no transformándolo en otra cosa más civilizada y espiritual. La observación empírica del día a día, de las calles, de la gente, demuestra que no hemos evolucionado, sino que hemos afinado ciertas cosas, y que todos seguimos metidos en esa ley. La animalidad impera en nosotros por varias partes: por la exterior, sin cortapisas, por el interior, como complejos, en ambos cosas suele ser terrible como se proyecta y se ejecuta; poca gente transforma esa energía en algo digno, evolucionado.

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